"Era un niño, de ojos oscuros y mirada seria, con una marca de nacimiento en el cuello -una baya de marrón cálido- y con un rostro gentil, demasiado tranquilo y atento para su corta edad. Los zapatos desgastados; los calcetines gruesos sujetados en las rodillas; los pantalones cortos, rectos, con tres pequeños e inútiles botones en el costado; la playera de marinero; la vieja gorra abollada y deformada, colocada de costado en la parte superior de la cabeza que era como un cuervo; la vieja y sucia bolsa de lona colgada del hombro, vacía ahora, pero esperando las crujientes y arrugadas hojas de la tarde -estas amigables y desgastadas prendas, moldeadas por Grover, lo expresaban a él. Se dio la vuelta y pasó por el lado norte de la plaza y en ese momento vio la unión entre el Siempre y el Ahora". Grover comienza este corto relato rescatando del pensamiento ese sentimiento de eternidad que se puede encontrar en lo cotidiano: la plaza que frecuentamos, la ropa que usamos, las cosas que deseamos. El niño perdido es una novela biográfica donde Wolfe nos presenta a Grover, un hermano mayor que tuvo, pero que fallece a los doce años. Dividido en cuatro partes y narrado con cuatro voces diferentes, podemos escuchar la melancolía derramada por la añoranza de aquel miembro de la familia que los dejó a mitad de camino.