Jean Meyer afirma que "la verdad a que aspira la «ciencia histórica» es siempre fragmentaria", que "el discurso del historiador nunca deja de ser un relato" y que los escritores de historias imaginadas "reconocen plenamente la irrupción de la historia en la construcción de sus ficciones". Las tres afirmaciones se relacionan íntimamente y reunirlas en un solo párrafo no tiene otro propósito que el de ratificar algo que se sabe desde hace mucho tiempo, o desde siempre: que la historiografía y la literatura de ficción se entienden y comparten mucho de sus propios campos de acción. Quienes coordinamos y participamos en esta obra no suscribimos la radical idea de que el texto histórico constituye un artificio, un armazón de figuraciones. Más bien nos inclinamos por una aseveración igualmente antigua y simple: que la historia habla acerca del pasado, es decir, de una realidad ya desaparecida, aunque el modo de expresarlo sea una representación fragmentaria de algo que existió y no existe más. De esta constatación nació el impulso y la creencia de que el discurso histórico podía llegar a ser un discurso científico. Ya luego, y desde hace casi medio siglo, se vio que eso era demasiado pedir, e incluso innecesario para la salud de la disciplina historiográfica. Por eso, quizás hoy más que nunca, cobran vigencia los escritos de William Herbert Dray en lo concerniente a una noción que todavía para muchos resulta difícil de digerir, esto es, que la historia puede explicar los hechos de una sociedad ya inexistente sin recurrir a un lenguaje causal fundado en supuestas leyes generales, y que las narrativas históricas, como dice Paul Ricoeur en torno a las reflexiones de Louis O. Mink, son «conjuntos altamente organizados que requieren un acto específico de entendimiento expresado en forma de juicio», acto que no excluye en absoluto el ejercicio de la imaginación, antes lo requiere para llegar a una interpretación sensata. Por consiguiente, estamos ante un «tipo de juicio reflexivo», cuyas representaciones no pretenden la objetividad de las llamadas ciencias duras, pero tampoco renuncian a su conexión con la realidad social ni al bagaje literario con que se expresan.